jueves, 4 de junio de 2009

EL DESEO EN LEVINAS

LA DICTADURA DE LOS DESEOS.
En el pensamiento de Levinas la instalación del deseo, en consecuencia, no es una maldición, sino una de sus condiciones posibles. De resultas de lo cual, no tiene ningún sentido proponer su <<superación>>. La satisfacción nunca definitiva del deseo sólo es una meta futura, mostrando al deseo como punto irreductible desde in restablecimiento de una satisfacción originaria. La insaciabilidad del deseo es cualitativamente diferente de la condición propia de las necesidades, es decir, no guarda relación alguna con el inevitable representarse del estímulo y no hace referencia a la igualmente inevitable desaparición del objeto, que se desvanece tras haber sido consumido. El deseo es insaciable porque, mediado por la imaginación, aspira a lo que no puede ser poseído.
Para Levinas es importante realizar la distinción entre el deseo y la necesidad, con la búsqueda ansiosa de recobrar la satisfacción que precedía a la aparición del estímulo, excluye la confusión entre deseo y memoria. Es decir, memoria y deseo dejan de confundirse sólo si este último se sustrae a la tutela del pasado. Sólo desvinculando el deseo de la monótona repetición de lo ya vivido se hace posible comprender el tiempo no ya como degradación de la inmóvil unidad primordial a la que el deseo narcisista imagina poder regresar,[1] sino como movimiento ininterrumpido de alteración, <<afecto enaltecedor>> que sin descanso nos entrega a la responsabilidad del actuar. De hecho, como Levinas lo presenta <<lo ideal de un ser realizado… no podría servir de patrón ontológico a una vida, a un devenir, capaces de renovación, de Deseo, de sociedad>>[2]. Hay un pathos de la distancia sin el cual el deseo muere, puesto que viene a someterse al anhelo de una presencia plena, de la que cree proceder y que considera su meta inminente.
Pero subordinar la contingencia aleatoria del devenir al ideal eterno de la realización sólo es una manera de destruir el deseo. En efecto, si a la deriva simbólica que constituye su esencia se constituye su esencia se la sustituye por la regresión tranquilizadora a la plenitud de los orígenes, el deseo se convierte en recuerdo y pierde su razón de ser. La temporalidad del deseo no es, pues, privación, degradación o pérdida de una presunta unidad originaria, que residiría fuera del tiempo. En su esfuerzo por dar contenidos conceptuales a lo indeterminado de la carencia originaria, de la que proviene el deseo, cede de la filosofía de la especulación que se figura haber accedido a la presunta inmediatez de una unidad originaria que sería previa al tiempo. Tentativa y tentación nostálgicas, que culminan en el asentimiento de una postura solitaria y solipsista, por la que toda relación con lo extraño que no refuerce la identidad de lo mismo aparece como una amenaza y un empobrecimiento.
[1] Entre nosotros. Ensayo para pensar en otro, Valencia, Pre-textos, 1993. Trad. De J.L. Pardo. p165.
[2] Levinas, Emmanuel. Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad. Sígueme, Salamanca. 1987. p231

No hay comentarios:

Publicar un comentario