
“El corazón tiene razones que la razón no entiende”
El famoso aforismo de Blas Pascal en su apología de textos, es un buen ejemplo de cómo la razón deja un resquicio necesario para que el corazón asuma ese aspecto que se escapa a lo inmediatamente explicable, más no a lo meramente razonable.
Desde los inicios de la historia de la filosofía vemos una constante reacción fragmentada al intentar conciliar la relación que hay entre la razón y el corazón. De hecho, la gran mayoría ha procurado negar una naturaleza racional al hablar del corazón o de los sentimientos y pocos han procurado conciliar esta relación.
Por ejemplo, Platón afirmaba que existían dos tipos de almas, una inmortal que residía en la cabeza y otra mortal que habitaba en el corazón y que por tanto, albergaba sentimientos. Aristóteles afirmaba que había sólo un lugar para las dos almas, y este era el corazón. San Agustín habla del corazón en algunos segmentos aislados de sus obras, otorgando cierto carácter a su concepción y al de la esfera afectiva. En la filosofía moderna Pascal decía que el corazón y la razón eran dos caminos igualmente validos para conocer la verdad. Entre muchos otros autores modernos que si no hablaban directamente del corazón como tal si hablaban de lo sus manifestaciones concretas.
Lo interesante del tema, es que aun con tantos años de filosofía, pocos hablan del corazón o de los aspectos que en él circundan, lo cual indica que se trata de un problema de conocimiento el querer conciliar este aspecto humano con su razón de ser.
El hecho del cual partimos es que pensar en el corazón o en los sentimientos que de él en todo caso derivan, implica hablar de subjetividades, que en un momento están y al siguiente no, la mayoría de las veces sustentadas en un plano no del todo explicito en su aspecto racional. Si a ello atribuimos no sólo la concepción moderna del hombre, sino la concepción posmoderna de lo que ahora se podría hablar del corazón, nos encontramos no sólo con un problema de fragmentación entre la razón y el corazón como dos cosas distintas, sino casi irreconciliables. Es decir, que el hombre de la sociedad contemporánea se encuentra en una era líquida donde las razones del corazón no son lo suficientemente validas para ser tomadas en serio con las propias exigencias personales de felicidad, bien, belleza, trascendencia… Sino que ahora es necesario que el deseo se adecue a los aspectos de la existencia que son mayormente controlables y que no exigen demasiada fatiga para obtener el resultado deseado.
En este sentido, es necesario preguntar, no sólo porque la filosofía no tiene una notable historia en este tema, sino quienes han ido al fondo de esta cuestión y cuál ha sido el método por el cual podemos constatar que la razón y el corazón son dos aspectos fundamentales para poder hablar de algo verdaderamente humano.
Desde los inicios de la historia de la filosofía vemos una constante reacción fragmentada al intentar conciliar la relación que hay entre la razón y el corazón. De hecho, la gran mayoría ha procurado negar una naturaleza racional al hablar del corazón o de los sentimientos y pocos han procurado conciliar esta relación.
Por ejemplo, Platón afirmaba que existían dos tipos de almas, una inmortal que residía en la cabeza y otra mortal que habitaba en el corazón y que por tanto, albergaba sentimientos. Aristóteles afirmaba que había sólo un lugar para las dos almas, y este era el corazón. San Agustín habla del corazón en algunos segmentos aislados de sus obras, otorgando cierto carácter a su concepción y al de la esfera afectiva. En la filosofía moderna Pascal decía que el corazón y la razón eran dos caminos igualmente validos para conocer la verdad. Entre muchos otros autores modernos que si no hablaban directamente del corazón como tal si hablaban de lo sus manifestaciones concretas.
Lo interesante del tema, es que aun con tantos años de filosofía, pocos hablan del corazón o de los aspectos que en él circundan, lo cual indica que se trata de un problema de conocimiento el querer conciliar este aspecto humano con su razón de ser.
El hecho del cual partimos es que pensar en el corazón o en los sentimientos que de él en todo caso derivan, implica hablar de subjetividades, que en un momento están y al siguiente no, la mayoría de las veces sustentadas en un plano no del todo explicito en su aspecto racional. Si a ello atribuimos no sólo la concepción moderna del hombre, sino la concepción posmoderna de lo que ahora se podría hablar del corazón, nos encontramos no sólo con un problema de fragmentación entre la razón y el corazón como dos cosas distintas, sino casi irreconciliables. Es decir, que el hombre de la sociedad contemporánea se encuentra en una era líquida donde las razones del corazón no son lo suficientemente validas para ser tomadas en serio con las propias exigencias personales de felicidad, bien, belleza, trascendencia… Sino que ahora es necesario que el deseo se adecue a los aspectos de la existencia que son mayormente controlables y que no exigen demasiada fatiga para obtener el resultado deseado.
En este sentido, es necesario preguntar, no sólo porque la filosofía no tiene una notable historia en este tema, sino quienes han ido al fondo de esta cuestión y cuál ha sido el método por el cual podemos constatar que la razón y el corazón son dos aspectos fundamentales para poder hablar de algo verdaderamente humano.