
Habiendo analizado la condición del ser humano, pasamos al a analizar el ser histórico del ser humano. El ser con los demás y para los demás pertenece al núcleo mismo de la existencia humana. No es posible olvidarse por completo del otro, de los demás. El ser con los demás, en su significado más profundo, significa que el hombre no está nunca sólo. Su existencia personal está en comunión con los demás. La existencia se desarrolla y se realiza junto con otros en el mundo.
1. La revelación del otro.
La experiencia personal con el otro es imposible negarla en la práctica, es una verdad que se impone por su propia fuerza, evidencia primaria. El otro no existe porque yo me haya puesto a pensar y a demostrar su existencia. Su misma presencia es ya exigencia de reconocimiento, llamada que se me dirige, apelación a mi responsabilidad. Por eso mi existencia es inevitablemente una aceptación o una repulsa del otro. Me hago capaz de escoger o de rehusar al otro, de ser alguien para el otro o no serlo.
Esta evidencia primaria se puede iluminar desde diversos puntos de vista, entre ellos la palabra y el amor.
2. Función esencial de la palabra.
Ningún hecho es tan significativamente “humano” como el hablar (la palabra que el otro me dirige y la que yo dirijo a él). “La palabra (el lenguaje, el hablar) es una de las manifestaciones humanas que revelan con más claridad la estructura dialogal e interpretativa de la existencia.”
[1] Por medio de la palabra, el varón y la mujer, se dejan conocer y conocen al otro. Y aquí también existe una diferencia entre la palabra del varón, “cosa de hombres”, y la palabra de la mujer, “cosa de mujeres”.
A través de la palabra se transmite la riqueza de la cultura. O sea, que el significado del mundo y de las cosas, se abren mediante la palabra a todo nuevo ser humano que entra a formar parte de la sociedad. La palabra, entonces, es el ambiente en el que el varón y la mujer se hacen concientes de sí. Y no sólo eso, sino que la palabra “procede de un sujeto personal y va dirigida a otro sujeto personal. Es siempre uno el que interpela a otro llamándole por su nombre, dirigiéndose a un tu”. De manera que la palabra escrita no es la única, sino que se refiere también al hombre que habla, que se manifiesta, se dirige a un tu que le responde, y puede lograr un diálogo entre personas.
“El pensamiento humano se realiza bajo la forma de un pensamiento discursivo o dialogal”.
[2] Esto significa que el hombre piensa en palabras, no es posible un pensamiento puro. Incluso el diálogo interno con uno mismo se realiza mediante fórmulas y expresiones de lenguaje, que permite tener mayor claridad en el pensamiento. Sin embargo, el pensamiento no es prisionero de la palabra. Supera a la palabra por todas partes. La palabra no es sólo “desvelamiento” del mundo y de las cosas, sino que es también esencialmente “revelación” de la persona. En la palabra es el otro personalmente el que se anuncia y se expresa, manifestando y comunicando su propia riqueza, su misterio, sus gozos y esperanzas, etc. “La palabra es el lugar mismo de la “revelación”, en donde la realidad metafísica y trascendente del otro se anuncia a sí misma.”
[3]3. La familiaridad con las cosas.
El significado de las cosas no sólo se da a través de la palabra en sentido estricto, sino que pasa por un conjunto de actitudes prácticas que se aprenden en contacto con los demás. O sea, se aprende a familiarizarse con el mundo y las cosas a través de las palabras y las actitudes, ante ese mundo y cosas, de los otros. “Ningún contacto activo y dinámico con el mundo se adquiere sin el contacto con los demás (lo cual no significa ciertamente que la familiaridad con las cosas venga sola y exclusivamente de los demás)”.
[4] También el contacto con la cultura de cada quien ayuda a ubicarse circunstancialmente. El trabajo, por lo general, ha sido y es un trabajo en colaboración con otros.
Por otro lado, la aparición de un mundo objetivo puede decirse que está vinculada al encuentro tu-yo, “G. Marcel ha puesto muy acertadamente de relieve que se usa la segunda persona (tu), siempre que se puede esperar una respuesta.”
[5] Por tanto, en la comunión y en el diálogo, esto es, en la palabra, se revela también la dimensión de objetividad.
[6]4. El amor de los demás y el amor a los demás.
El amor ilustra la relación interpersonal de la existencia. El amor recibido de los demás es uno de los factores más determinantes para el desarrollo y el equilibrio de la persona. “El hombre se percibe a sí mismo al salir fuera de sí, en el contacto con el otro. Por eso se percibe a sí mismo como persona, como ser de bondad y libertad, cuando el otro lo trata como tal. A través de la palabra de amor y del lenguaje de amor de otra persona para con él, el hombre toma conciencia de sí y de su propia dignidad humana”.
[7] Eso quiere decir que el ser persona se fragua en la medida que hay relación amorosa con los otros. No hay persona sin capacidad de amar, y no hay capacidad de amar si el hombre no sale de sí hacía el encuentro con el otro, aunque también implica la acogida, como la recepción hospitalaria del otro en el mundo personal.
Se trata de recibir amor, de ser amado, y de dar amor, ser amante, y esto se realiza mediante el lenguaje de la afectividad, o sea, un amor verdadero y profundamente humano, pero que no se queda restringido al nivel objetivo, impersonal y platónico, sino que se expresa en toda la plenitud del lenguaje afectivo.
La ausencia de amor en los primeros años de la infancia puede llegar a ser catastróficos para la persona, porque le puede provocar graves desequilibrios y profundas perturbaciones de la personalidad. Por eso la mayor parte de los inadaptados proceden de familias desunidas, donde las relaciones de amor están distorsionadas o quizás no existan.
El niño tiene necesidad de ser amado por los demás: “ser amados por otra persona debe ser considerado como una condición de base para la convivencia humana y social.”
[8] Así, la capacidad de amar y de libertad de cada persona dependen, en gran manera, de haber recibido amor auténtico y verdadero. Por tanto las relaciones interpersonales están marcadas por la recepción del amor como “gracia”.
Sin embargo, Nédoncelle defendía que quizás todo amor que se recibe de otro incluye en sí mismo la exigencia de la reciprocidad.
[9] O sea, que la “gracia” del amor recibido, implica en sí misma la correspondencia, aun cuando está no es exigencia, se convierte en un medio de liberación de la persona: “escuchando y acogiendo la llamada del otro (del pobre, del necesitado, de la persona amada…), el hombre se libera a sí mismo, desata las fuerzas creadoras que lleva dentro de sí y las pone al servicio del reconocimiento de los demás.”
[10] Por tanto asumir la responsabilidad frente a la persona amada es como se madura en humanidad. De esta manera, el hombre para llegar a ser él mismo, tiene que acoger la llamada del otro y que, de hecho, se convierte en lo que es en esta obra de reconocimiento y de promoción del otro. Dice Schillebeeckx:
El hombre es un ser que no se realiza a sí mismo más que entregándose a los demás; que no se posee en sí mismo más que abriéndose a su prójimo… La persona no se realiza, no se perfecciona interiormente más que en la intersujetividad de las relaciones “yo-tu” en el seno del mundo”.
[11]Con esto se quiere decir que el hecho fundamental es que todo hombre es interpelado como persona por otro ser humano, en la palabra, en el amor, en la obra. Uno se hace hombre por gracia de otro, amando, hablando, promoviendo al otro. La relación con la otra persona es por tanto una dimensión constitutiva del hombre, es decir, de la condición de lo humano.
[1] Cfr. Joseph Gevaert,
El problema del hombre, Sígueme, Salamanca, 1981, p. 48.
[2] Idem.
[3] Ibid., p. 51.
[4] Ibid., p. 52.
[5] Ibid., p. 53.
[6] Cfr. Idem.
[7] Ibid., p. 54.
[8] Ibid., p. 55.
[9] Cfr. M. Nédoncelle, Vers une philosophie de l´amour, Paris, 1946, p. 13.
[10] Cfr. Joseph Gevaert, El problema del hombre, Sígueme, Salamanca, 1981, p. 55.
[11] E. Schillebeeckx, Dios y el hombre¸ Salamanca, 1969, p. 205.